Ferrrari (2023)
“Our deadly passion, our terrible joy”
- Enzo Ferrari
La vida de Enzo Ferrari parece una que Michael Mann se desviviría por contar. El italiano cambió para siempre la historia del automovilismo, dejó en el proceso una serie de aristas y vicisitudes que el director explora en su última película. Este proyecto comenzó su germinación en el año 2000, su filmación iba a comenzar en 2015, luego se pasó al 2017, con otros protagonistas al mando. Tras una serie de infortunios, en 2022 se confirma el elenco que vimos desplegado en pantalla y comenzó de forma oficial el rodaje de Ferrari. Me gusta creer que todas las cosas suceden por una razón, y creo que los casi 80 años que tenía Mann a la hora de comenzar la producción de Ferrari, hicieron un eco definitivo en lo que finalmente vimos. A diferencia de sus últimos proyectos (Blackhat, Enemigos Públicos), el director parece estar menos preocupado en la estilización como elemento primario, para centrarse plenamente en la historia y sobre todo en los elementos que la componen, pensando después en cómo transmitirnos esa historia.
Hay hombres que no pueden escapar a su destino, Enzo Ferrari es uno de ellos. Su vida está rodeada de muerte, y no puede hacer nada para detenerlo, parte de ello decide explorar el film.
La historia sucede en 1957, cuando Ferrari debe afrontar el momento más difícil de su historia como hombre de negocios y como hombre de familia. La empresa está en bancarrota, su vida está dividida entre dos mujeres (Laura, su esposa, y Lina, la madre de su hijo Piero), y necesita inversión externa, en Ford o Fiat, para costear su producción. Para ganarse la atención de esos inversores, debe ganar una carrera grande, la Mille Miglia, la carrera de las mil millas, es la que se avecina. Para poder negociar la financiación, falta que obtenga la parte que su esposa tiene sobre la firma y para poder adquirirla tiene que lograr que ella vuelva a confiar en él. En el medio, Ferrari debe ser quien cuide de su hijo, de sus autos y de sus conductores. En definitiva, la totalidad de su vida y de su legado están en juego.
Con estas cartas sobre la mesa, Mann encuentra un nuevo lenguaje que le sirve para contar los hechos que acontecen. Ya no vemos esa cámara en mano a la cual nos tenía acostumbrados, sino que utiliza cámaras estáticas y contemplativas. Las carreras son frenéticas, vemos las manos, los pies, la mirada de los conductores: nos metemos en su psique. Los edificios que escuchaban el eco de un cargador siendo vaciado, ahora son sierras que oyen el rugir de un auto yendo a 130 km/h. El estilo muta a doctrina, y la primera verdad es que la historia prima por sobre todo tipo de estilización. Aun así, el alma de Mann no distingue escenarios, y por eso la sombra de la muerte amenaza todo tipo de esperanza. Sus personajes están rodeados de muerte, y viven al borde de ella, ya sea causada por un arma, por un choque o por una guerra, abrazan su condición extrema, esa “pasión mortal” que es al mismo tiempo motor y guadaña.
Adam Driver, nuestro Ferrari, parece ser desentrañado por la cámara; en su frialdad aparente, encontramos un dolor y un amor que se amalgaman para dar una interpretación emocionante. Y el personaje de Laura carga con la vida del hijo que perdió, que de alguna manera irónica, completa su vacío. Ella se aferra a la felicidad de los primeros años, y combate sus demonios con el recuerdo de un pasado mejor.
Sin embargo, no todo es oscuridad y pesadumbre. Ante “Todos sabemos que la muerte está acechando”, Enzo Ferrari contesta: “No, los niños no lo saben”. Y con ello, Mann nos deja un halo de esperanza, o mejor dicho, de realización; tanto del rubro como de la vida. Porque el objetivo final de todo hombre, diría de todo ser humano, es dejar un legado, cosas que se construye viviendo el día a día, es una “misión” que se siembra en la cotidianeidad, desde lo más pequeño hasta lo más grandilocuente. Por eso, una de las escenas fundamentales de esta película es la de los planos del motor que Enzo le muestra a Piero. “Imagina que estás dentro de este motor”, para que entiendas por qué sigue funcionando.
Ante la avanzada desmedida de la individualidad del S.XXI, Mann crea una historia donde la familia sigue siendo el núcleo central de cualquier realización, sin importar con cuántas sombras cargue. Y ahí entendemos que lo que hace rugir al motor de los coches no es el combustible, sino la sangre.
Si la tradición es la noción de lo eterno, Ferrari camina hacia su tumba con el futuro de su legado en manos, para que se concilie la sangre y todavía siga vivo el nombre.